Los clanes Orcos de Draenor convivieron pacíficamente con los Draenei durante siglos, hasta el día en que la Legión Ardiente llegó al planeta. Kil'Jaeden, teniente de la Legión y antiguo Ereder (los Draenei no son más que renegados que rechazaron la idea de unirse a la Legión Ardiente), decidido a vengarse de los Draenei, envenenó a los Orcos con la sangre de Mannoroth.
Ner'Zhul y Gul'dan, chamán y aprendiz, aceptaron el trato de Kil'Jaeden de rendir culto a la Legión en vez de a la naturaleza y, como muestra, crearon el Consejo de las Sombras.
Pronto, los Orcos se convirtieron en salvajes bárbaros sedientos de sangre. Así pues, Kil'Jaeden les dio un "entretenimiento": acabar con los Draenei. Grandes batallas se libaron entre los Draenei y Orcos. Pese a ser grandes magos y paladines, las fuerzas de los Draenei disminuían en cada batalla y su moral disminuía.
Velen, líder de los Draenei, pidió ayuda a los Naaru, quienes le entregaron una nave interdimensional para que huyesen una vez más. Pero no fue hasta las batallas de la Caída del Templo de Karabor (donde los Draenei rendían culto a la Luz) y la Caída de la Ciudad de Shattrath, en la que sus esperanzas desaparecieron y Velen se llevó a una gran cantidad de Draeneis. Solo los Aldor supervivientes se quedaron en Shattrath para reconquistarla junto a los Naaru. Con la expulsión de los Draenei, para pesar de Kil'Jaeden, los odios entre clanes comenzaron a aparecer y la guerra entre Orcos empezó.
Así, Gul'dan envenenó el oído de Blackhand, Jefe de Guerra del Clan Blackrock, para que se alzase sobre los Orcos y los unificase bajo un estandarte. Sargeras (Señor de la Legión Ardiente) tenía un plan y la Horda sería responsable de hacerlo.